Absorben el bióxido de carbono que contamina la atmósfera. A través de la fotosíntesis que realizan las hojas, las superficies verdes atrapan el bióxido de carbono de la atmósfera y lo convierten en oxígeno puro. Además atrapan partículas contaminantes que de otra manera estarían en el ambiente o en los pulmones.
Anclan el suelo con sus raíces. Lo anterior evita deslaves y avalanchas de lodo en terrenos con pendientes pronunciadas y retiene uno de los recursos más valiosos: el suelo.
Amortiguan la lluvia. Las frondas (conjunto de ramas y hojas que forman espesura) y las superficies con hojas son flexibles, por lo que aminoran el golpe de la lluvia, lo que permite frenarla y encauzarla para que se deslice más suavemente por el suelo.
Además, al amortiguar el impacto de la lluvia, se abate la erosión y se protege el suelo superficial. Cuando el agua de lluvia es retenida, se favorece su lenta infiltración al subsuelo, lo cual enriquece la formación de los mantos freáticos (agua subterránea).
Filtran el viento. Las copas filtran polvos, cenizas, humos, esporas y demás impurezas que arrastra el viento.
Abaten el ruido. El tejido vegetal amortigua las ondas sonoras en carreteras, calles, parques y zonas industriales. Las cortinas de árboles abaten el ruido hasta diez decibeles.
Regulan el clima. A nivel global, los bosques reducen el calentamiento de la atmósfera y regulan el clima de la Tierra. En las ciudades, la pérdida de superficies verdes eleva la temperatura y la evaporación del suelo y altera la presión atmosférica.
Salud. Algunos de los beneficios a la salud son evidentes, como la disminución de las enfermedades respiratorias debido a que mejoran la calidad del aire; de igual forma, algunos estudios indican que reducen el estrés, entre otros beneficios, pues contribuyen a crear un ambiente placentero y relajante.
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